Ser valiente es una forma de ser fuerte. Eso no significa que busques riesgos innecesarios ni que participes en circunstancias peligrosas. Se trata, más bien, de salir adelante en los desafíos que te pone la vida y en superar los obstáculos que van apareciendo en ella manteniendo tu integridad de cuerpo y alma, logrando que sean cada vez más poderosos y resistentes. Las personas débiles se dan fácilmente por vencidas y se cansan rápidamente de luchar. ¿Qué ocurre con ellas? Pues se dejan arrastrar por la vida como un pequeño trozo de papel en medio del mar. Las personas cobardes simplemente se ocultan en un rincón y evitan arriesgarse por las cosas que les importan más. Allí se quedan siempre, su vida no se transforma, ni logran cumplir sus ilusiones. En el fondo no confían en sí mismas ni en su capacidad de lograr lo que se proponen. Las personas mal templadas andan a la deriva, expuestas a sus emociones y al mundo exterior.
El valor de la fortaleza se ejerce cuando, a partir de una convicción firme, resistimos o vencemos aquellos obstáculos que se oponen a nuestros propósitos positivos y evitan el crecimiento personal. Surge al tener claros nuestros ideales y proyectos personales y nos da energía para conservarlos y defenderlos. Lo acompaña el valor de la templanza, o capacidad de mantener el equilibrio de nuestras acciones y emociones.
No te des por vencido cuando algo no sale cómo lo habías planeado. Analiza la experiencia que viviste y serás más fuerte en el próximo intento.
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